Esta semana se cumple un año desde que comencé a disfrutar” de la reducción de jornada. Y escribo “disfruto”, así, entre comillas porque este disfrute tiene sus matices. Sus matices positivos porque me siento muy afortunado de poder salir antes de mi hora oficial. Y es que por desgracia todavía en muchas empresas, es un lujo poder reducir las horas de trabajo para atender a los hijos.
Tengo que confesar que a mí me costó mucho tomar la decisión. Sin lugar a dudas me costó mucho más que a mi mujer cuando ella solicitó la suya. Confieso que me pesaba dejar de estar tan presente en mi servicio hospitalario, donde llevaba 17 años mañanas y tardes, y también me pesaba que alguien dijera algo por el hecho de que yo, un varón, saliera pronto para atender a mis hijos.
Pero cuando se lo planteé al director médico y a la responsable de personal del hospital no hubo ningún cuestionamiento. Simplemente me preguntaron cuál iba a ser mi nuevo horario y cuándo iba a comenzar la reducción. Y sin que nadie se planteara absolutamente nada más empecé a salir antes de mi primer trabajo como lo han hecho muchas compañeras madres antes que yo.
Y entonces comenzó mi otro trabajo. El trabajo de cuidar de mis hijos desde las 4 de la tarde hasta que se acuestan. Un trabajo que disfruto y que siento muy importante pero que me ha hecho darme cuenta de muchas cosas que no tenía tan presente cuando era mi mujer la que salía pronto para cuidar de los niños. Por eso os las quiero resumir aquí. Desde que “disfruto” de la media jornada laboral…
Siento que estoy en una contrarreloj
Porque mi mujer podía esperar a que llegara en un tren o en el siguiente, pero el cole no. El cole tiene su hora de salida y hay que estar allí. Por supuesto que no pasa nada si hay un incidente un día concreto, pero por norma general hay que ser puntual. Esa presión de la hora de cierre del cole es algo más que dura, es cruda y hace que no dude en sprintar hacia la estación de tren si tengo algún atisbo de duda de que voy a perder el tren que me corresponde.
Raramente he podido comer
Unos días como un pincho de tortilla a todo correr en la cafetería del hospital o un bocadillo en el tren. Otros (los menos) unas lentejas que preparé el día anterior a las 4 y media de la tarde después de haber dado la merienda a los niños, y otras simplemente, no llego a comer nada que se pueda llamar comida.
Una cosa es la teoría y otra la práctica
Porque hay días que literalmente no tengo energía después del sprint hasta la estación de tren, de la merienda, del supermercado o de escuchar todo lo que mis tres hijos tenían que contarme para sentarme con ellos a jugar y me puedo sentar en la cocina un rato a mirar el móvil, simplemente para parar y desconectar.
Siempre tengo prisa
Porque tengo la presión de no poder llegar tarde al trabajo bajo ningún concepto. Antes, si llegaba 10 minutos tarde lo podía recuperar al final de la jornada. Ahora no se puede alargar.
Me siento más cansado
Estoy realmente agotado cuando por fin llego a casa con los niños. Esta es una señal de que mi jornada, hasta ese momento, ha sido mucho más intensa que antiguamente.
He pensado en trabajar más horas
Me he dado cuenta de que en los trabajos normales te dejan comer a tu hora, tienes derecho a tus descansos y a un ritmo razonable y no te taladran el oído tres jefes de manera simultánea. Por ello, hay muchos días que no sólo pienso que estaría mejor con mi jornada normal, sino que he llegado a pensar que sería incluso mejor pedir una ampliación de horas.
En definitiva, desde que tengo reducción de jornada me he dado cuenta de que no es ningún chollo, sino que en muchos momentos es un trabajo mucho más duro que quedarse en el trabajo. Como decía al principio hay otras cosas que disfruto (sin comillas) y esas son las más importantes.
Me encanta ver la cara de mis hijos cuando los recojo del cole y pasar más tiempo con ellos. Me siento más conectado a ellos al final del día. Me gusta ir al supermercado, al pediatra y tener contacto con otros padres. Mi segundo trabajo (el de tarde) es más importante o trascendente, porque si un día dejara el hospital podrían encontrar otro neuropsicólogo que atendiera a los pacientes, pero como padre, soy único e insustituible.
La verdad es que animo a cualquier padre o madre a disfrutar de la reducción de jornada. Puede parecer que para mi no ha sido una buena decisión porque no me gusta sprintar hasta el tren o no saber nunca cuando voy a comer, pero me siento muy afortunado de pasar más tiempo con mis hijos.
Sin embargo sí hay una cosa que tengo claro y me gustaría que todo aquel que no haya “disfrutado” de la reducción de jornada o que tenga una pareja haciéndose cargo de los niños también tuviera claro. Pasar más tiempo con los niños puede que sea más gratificante y trascendente que quedarse en el trabajo, pero no es ni más relajado, ni más sencillo ni más descansado.
Saber todo lo que hay que saber del cerebro de los niños no inmuniza contra el cansancio de estar al frente con ellos toda la tarde, aunque sin lugar a dudas entender cómo piensan, qué sienten y saber aplicar normas y límites con cariño y firmeza ayuda mucho a que las tardes sean más sencillas, haya menos peleas y todo funcione un poco mejor.
Por Álvaro Bilbao. Autor de El cerebro del niño explicado a los padres.