Hace un rato estaba respondiendo a unas dudas de los alumnos de mi curso online sobre refuerzos y límites. Las dudas surgían a raíz de un ejemplo concreto. El ejemplo hablaba de dos hermanas de 2 y 3 años que discutían y solían acabar mordiendose o pegándose. La verdad es que ante este tipo de situaciones se pueden hacer muchas cosas que den resultado y que ayuden a reducir las disputas entre hermanos, pero las dudas surgían con una de las estrategias; “La mamá o el papá, que ha visto que sus hijas llevan un rato sin discutir se acerca a las niñas y les dice “Me encanta veros jugar juntas y llevaros bien” y acto seguido se unía al juego”. Es una manera sencilla de reforzar una actitud positiva de los niños. Las dudas surgían porque este tema de los refuerzos siempre resulta difícil de entender. Una de las madres del curso me preguntaba si el hecho de sentarte con ellas cuando no discuten no es una forma de privarles de amor en otros momentos del día y en el fondo resulta en que el amor deja de ser incondicional para ser un amor condicionado al comportamiento del niño.
Le comenté que desde mi punto de vista no. En primer lugar porque un padre o una madre juega o se divierte con sus hijos en muchos momentos y no solo cuando hacen lo que uno quiere. Y en segundo lugar, porque desde mi punto de vista el término amor incondicional aplicado a las relaciones padres-hijos no significa permitir lo que hacen tus hijos en todo momento ni tratarlos siempre igual, sino quererlos siempre. Y eso implica querer lo mejor para ellos cuando juegan, cuando ríen y cuando hacen caso pero también querer lo mejor para ellos en otras circunstancias que no son tan idílicas.
1. Cuando es más difícil poner un límite que no ponerlo y aún así lo pones (con amor) porque crees que es bueno para el niño
2. Cuando el niño no hace caso y tu insistes con toda la paciencia de tu corazón.
3. Cuando día a día tienes que repetir los mismos mensajes como “lávate los dientes”, o “no te levantes de la mesa”, porque tardan años en adquirir algunos hábitos.
4. Cuando les pillas pintarrajeado el sofá y les quitas los rotus con cara de enfadado, aunque por dentro te haya encantado la escena, porque sabes que tienes que decir no.
5. Cuando por más difícil que haya sido el día te sigues quedando a su lado cuando apagas la luz porque quieres estar ahí para ellos.
6. Y cuando da igual cuántas veces hayan discutido, cuánto hayan tardado en apagar la tele o dormirse o como de frustrado te hayas ido a la cama el día anterior porque cada mañana les despiertas con toda la ilusión de tu corazón. Sin resentimientos ni rencillas, sino con la convicción y la ilusión que te da saber que ellos son niños y se portarán como niños y que tu eres padre y tendrás que educarlos. Y sin dejar de sentir que os habéis hecho mutuamente el mayor regalo; tu a ellos, el regalo de la vida, ellos a tí hacerte padre o madre. Y por ese amor infinito que os une les quieres siempre y en todas las circunstancias aunque haya que poner normas, aunque te canses de repetir siempre lo mismo o de poner cara de enfadado para que, algún día, dejen de pintar el sofá.
Hay muchas otras maneras de demostrar amor incondicional. Yo he querido reflejar estás 6 porque pueden parecer poco amorosas.
El amor incondicional en la pareja se suele ver como un amor en el que no hay condiciones, aunque en las relaciones padres hijos puede que la mejor definición sea la de quererlos y educarlos lo mejor que sepamos en todas las condiciones. Eso implica muchos besos, muchos abrazos, muchos juegos, muchos cuentos y también muchos…”no te levantes de la mesa”. Siempre partiendo de un deseo incondicional de ayudarlos lo mejor que sepamos para que lleguen a desarrollarse como adultos felices.
Por Álvaro Bilbao – Autor de “El cerebro del niño explicado a los padres”