Nuestros hijos tienen dos abuelas. A una la adoro y a la otra si cabe la adoro más todavía. Nuestras abuelas son generosas, cariñosas, juguetonas y divertidas. Las dos tienen mano en la cocina y no veas como se agradece cuando nos preparan la comida.
Las dos abuelas son dispuestas. Si un niño se pone malo o vienen o se lo llevamos.
Las dos abuelas enseñan a los niños cosas distintas, sobre los árboles, sobre los libros, o sobre cómo no deben colgarse de las cortinas.
Las dos abuelas se quedan de vez en cuando con los niños. Cuando se lo pedimos, aunque no se lo pedimos mucho porque queremos estar con ellos todo lo que podemos.
Cuando no es el momento de las abuelas todavía…
En este artículo hablo de abuelas porque de alguna manera, en nuestro caso las abuelas estaban más al trapo al principio, cuando los niños eran recién nacidos. La verdad es que tener una abuela (o un abuelo o dos o cuarto) dispuesta a ayudar es un tesoro. Aunque soy un firme defensor de que no siempre es bueno tener tanta ayuda en lo que a los niños se refiere. Desde mi punto de vista, en muchos casos, los primeros días y semanas de vida de nuestros hijos menos ayuda puede ser mejor que mucha.
Como todos los padres primerizos nosotros estábamos algo perdidos. Había muchas cosas en las que no habíamos pensado y otras muchas que hacíamos mal, aunque la verdad es que nos apañábamos. Las abuelas siempre venían a casa a ayudar, con toda la buena intención, aunque a veces su deseo de ayudar nos tensaba más. Algunas frases como “Este niño tiene frío”, “Tiene sueño”, “Está cansado”, “Dale un poco de biberón” nos podían poner nerviosos, aunque la verdad es que fue una ayuda. Nos ayudó a darnos cuenta de que lo que más necesitábamos era tener espacio y tiempo para ir haciendo las cosas a nuestra manera. Sin que nadie nos dijera lo que teníamos que hacer, sino descubriéndolo por nosotros mismos, aprendiendo juntos con nuestro hijo, sin expectadores ni niñeras.
No nos pasa solo a nosotros. A muchos padres les pasa. Quizás en los primeros momentos los consejos y brazos de la abuela parecen la mayor ayuda. Un salvavidas en medio de un océano de dudas. Pero, la verdad es que mientras algunos aprendizajes se pueden hacer leyendo un libro o dejando que otra persona se explica como se hace, otros se aprenden a base de práctica. Nadar es uno de ellos. Nos pueden explicar como mover los brazos o como respirar, pero nadie puede hacerlo por nosotros. Requiere de práctica. Requiere sentir que estás a punto de ahogarte y darte cuenta de que no te ahogas. Requiere sentir que poco a poco consigues avanzar, moviendo los brazos o las piernas. Hasta que de repente un día en el que lleno de satisfacción te das cuenta de que ya sabes nadar. Y al siguiente comienzas a disfrutar.
Los primeros días los padres necesitamos tiempo para darnos cuenta de lo que está pasando. Espacio y libertad para ir ganando confianza, agilidad y soltura. Intimidad para conectar con nuestro bebé.
Pero sobre todo necesitamos un poco de soledad para sabernos responsables de ese bebé y silencio para aprender a escuchar lo que dice nuestro instinto.
Eso es lo que quiero decir con “No dejéis entrar a la abuela en casa”. No que no entre…sino que es importante que dejen tiempo, que no os organice desde el principio, que no os indique, que no os marque ni os explique. Que os de espacio para descubriros, para conoceros, para acostumbraros y para coger el tranquillo a eso de ser familia.
Cada familia tiene sus circunstancias, por supuesto. Hay familias que viven con la abuela, papás que tienen que embarcarse (literalmente meterse en un barco) mientras la madre se queda sola con el niño y muchas otras circunstancias en las que no puedo pensar. En nuestro caso no teníamos ninguna circunstancia que hiciera imprescindible que las abuelas estuvieran en casa a todas horas o que se ocuparan de nuestro bebé. Más bien al contrario; queríamos tener más tiempo para hacer las cosas a nuestra manera. Para nosotros fue muy importante buscar nuestro espacio durante esos primeros días.
Cuando sí es momento de las abuelas
Desde luego en nuestro caso, tener un poco menos de presencia de las abuelas nos ayudó mucho a crear una relación especial con nuestro bebé más pronto que tarde. A mi como padre me permitió ganar mi espacio en la relación con mi hijo. Ser padre durante las primeras semanas puede no ser muy divertido. En muchos casos se limita a asistir a la mamá y bebé para que estén más cómodos, para que descansen y para que no falte nada. A mi me encantaba bañar a nuestro bebé, vestirlo, cambiarle el pañal o salir con él de paseo. Puede parecer poca cosa, pero esos pequeños cuidados son muy importantes para despertar el instinto paternal y para apoyar el desarrollo de un apego seguro y para desarrollar el instinto paternal. Y la verdad es que ser el único que podía hacerlas (porque las abuelas no estaban) fue muy positivo.
A los dos nos ayudó a sentirnos un equipo al cargo de una misión importante y compenetrarnos como pareja y familia. También nos ayudó a entender qué lugar queríamos que ocuparan las abuelas en la vida de nuestros hijos. Un lugar muy importante.
No siempre fue fácil mantener nuestra intimidad y espacio, pero gracias a que ellas han sido pacientes con nosotros ahora gozamos de una relación muy positiva con ellas. Vienen a casa mucho y nosotros a la suya también y puedo decir aquello con lo que empezaba este post acerca de las abuelas. Que a una la adoro y a la otra si cabe más todavía”. Aunque sigo insistiendo en el título de este post….
Durante los primeros días…No dejéis entrar a la abuela en casa.
Por: Álvaro Bilbao. Autor de “El cerebro del niño explicado a los padres“
Me encanta tu blog porque me hace sentirme comprendida y no un bicho raro por no querer que vengan a mi casa a decirme cómo criar a mi hija ☺️
Alvaro.. como hacer cuando hay ya una dependencia excesiva del niño de 3 años con su abuela materna(osea mi mamá) y cuando estoy leyendo este articulo terriblemente tarde? traje a mi madre a vivir conmigo
La abuela paterna pasó 24 días en mi casa desde el primer día de vida de nuestro bebé. No sabía cómo decirle q se marchara para no herir sus sentimientos. Cuando se fue nos tocó aprender a adaptarnos a la realidad, una familia de tres en la que los padres llevábamos 24 días de retraso en la adaptación para cuidar a un bebé. El padre estaba encantado con la abuela paterna allí. Yo sólo esperaba q llegara el momento de tener intimidad familiar.