Mi hijo me habla mal
Todos los padres y madres pasamos por la experiencia de recibir una mala contestación de nuestros hijos en algún momento. Suele ser algo que comienza a ocurrir alrededor de los dos años de edad, aunque en algunos casos puede ocurrir más tarde. El caso es que antes o después vamos a escuchar un “Déjame en paz”, un “No quiero” expresado con brusquedad, un “Tú no me mandas” o incluso un “Eres un pesado”. Aunque sin duda el que más veces he escuchado en consulta es el clásico “¡Eres mala!” (generalmente cuando no les dejamos hacer algo que querían hacer).
Que tu hijo te hable mal siempre es una sorpresa desagradable, aunque la primera vez es la más impactante porque solemos experimentar cómo, de la noche a la mañana nuestra hija o hijo pequeño al que sentíamos con la ternura de un bebé saca las espinas y nos pincha. De hecho muchos padres se preguntan… ¿Qué ha pasado con mi bebé?
Y la respuesta es que no ha pasado nada. Sigue siendo el mismo niño tierno y adorable que ha sido siempre solo que ahora necesita otras cosas de tí, como autoridad bien entendida límites y normas. Es normal sentirnos dolidos, frustrados o incluso enfadados. Pero antes de reaccionar de forma impulsiva, es importante comprender qué hay detrás de estas respuestas y cómo podemos gestionarlas de una manera que ayude a nuestros hijos a desarrollar habilidades emocionales y comunicativas sanas.
Qué hay detrás de una mala contestación
En este post nos vamos a centrar en los niños entre los 2 y los 12 años de edad porque es la población con la que estoy especializado tanto en consulta como en las formaciones que realizo. Cuando un niño o niña de esta edad nos da una mala contestación, lo primero que debemos preguntarnos es: ¿Qué hay detrás de esa actitud?
En la mayoría de los casos, las malas contestaciones suelen ser debidas o bien a una escasa madurez emocional que impide que pueda responder de forma más controlada o bien a una falta de habilidades de gestión de conflictos por parte de los padres.

Necesidades emocionales
Muchas veces los niños responden mal como consecuencia de una inmadurez emocional que es totalmente normal.
Falta de recursos emocionales
Los niños pequeños todavía están aprendiendo a regular sus emociones y, por lo general tienen una baja capacidad de gestionar la frustración (el emoción más difícil de todas). Cuando están cansados, frustrados o tienen hambre, su capacidad de autocontrol disminuye. Lo que el niño nos está diciendo es: “Mamá, papá: soy pequeño y no sé hacerlo mejor”
Necesidad de autonomía
A medida que crecen, buscan mayor independencia. A veces, contestar mal es símplemente su manera de decir. Mamá; necesito tomar esta decisión yo solo o hacer esto por mí mismo. Tan sólo están defendiendo su derecho a hacerse mayores. En estos casos el niño dice: “Mamá, papá: quiero aprender a hacer las cosas por mí mismo”
Dificultades en la gestión de conflictos
En algunos casos los motivos no son tan “amables” o “inocentes” como los que acabo de citar. Los niños también tienen otras necesidades como la necesidad de controlar su entorno o un instinto fuerte de dominación. Pero no es motivo de preocupación ya que todos tenemos en mayor o menor grado ese instinto de control y dominación y en cualquier caso las respuestas que vamos a ver a continuación harán saber a tu hijo o hija que tú estas en control.
Imitación de modelos de los padres
Los niños aprenden a través de la observación. Si han visto respuestas bruscas en casa, en la escuela o en programas de televisión, es probable que las repliquen, y por eso es importante que seáis capaces de poner límites y normas con amabilidad, calma y firmeza. En estos casos el niño dice: “Mamá, papá: necesito aprender de vosotros a tratar bien a los demás”
Falta de límites y normas
Es relativamente frecuente ver en consulta familias en las que los límites y normas están tan difuminados que los niños responden mal porque realmente nadie les ha dicho de una forma clara que no pueden contestar así. Suelen ser familias en las que todas las normas son difusas o excesivamente laxas; los horarios y obligaciones como el momento de hacer los deberes, la hora del baño o el rato de la tele dependen más del humor del niño que de las normas puestas por los padres y con frecuencia los niños pasan más tiempo con las pantallas del que deberían porque sus padres no se sienten seguros a la hora de poner límites. En estos casos el niño dice: “Mamá, papá: necesito que me enseñéis lo que es bueno para mi y lo que no lo es”
Llamadas de atención
En algunos casos, cuando los niños pasan poco tiempo con sus padres o cuando estos no les prestan la atención que necesitan los niños y niñas pueden devolver su frustración o necesidad de atención no cubierta en forma de gritos o enfados que en realidad son llamadas de auxilio. En estos casos el niño dice: “Mamá, papá: necesito pasar más tiempo contigo”
Conductas desafiantes
Aunque no es lo más frecuente, en ocasiones las faltas de respeto pueden ser una muestra de desafío. No te preocupes, todos tenemos en mayor o menor medida la necesidad de dominar y controlar situaciones o personas que influyen en nuestra vida. La clave está en saber que tú eres el que está en control de la situación por mucho que el niño tenga esa tendencia tan humana y natural a la vez. Tu eres su padre o su madre y tu trabajo es poner normas y límites que sean buenos para tu hijo o hija incluyendo saber gestionar estrategias para cuando tu hijo te desafía.
¿Qué hago si mi hijo me contesta mal? Pautas
Sabiendo que la mala contestación no es un ataque personal, sino una manifestación de una necesidad o emoción, podemos responder con estrategias que fomenten una comunicación respetuosa y constructiva:
1. Mantén la calma
Es difícil no reaccionar cuando un niño nos habla mal, pero responder con gritos o castigos inmediatos suele agravar el problema. Si logramos mantener la calma, les demostraremos que al menos nosotros estamos en control y que es posible gestionar las emociones de otra manera.
2. Revisa el ambiente familiar
Cuando las malas contestaciones son frecuentes suele ser conveniente revisar que necesidad no está siendo cubierta para ese niño. ¿Necesita más tiempo con nosotros? ¿Necesita aprender límites? ¿Tiene un ambiente familiar lleno de estrés o mala gestión de la frustración? A veces, los niños son la alarma que nos avisa de que tenemos que hacer pequeños ajustes en la dinámica familiar.
3. Valida sus emociones, pero no su forma de expresarlas
Puedes decir algo como: “Veo que estás muy enfadado porque no te dejé ver más dibujos. Es normal sentirse así, pero no podemos hablar de mala manera”. Así, le enseñas que sus sentimientos son comprensibles, pero que debe expresarlos con respeto.
4. Pon límites con firmeza y respeto
Es importante dejar claro que hablar mal no es aceptable. Puedes decir: “En esta casa nos hablamos con respeto. Si necesitas decirme algo, puedes hacerlo de otra manera”. “Yo no te hablo de esa manera, así que te voy a pedir que tu me trates con el mismo respeto”. “Eso está por debajo de mí, yo no respondo a esas cosas”.
5. Puedes repetir lo que ha dicho y dejar que lo escuche en silencio
Esto es lo que yo hago cuando trabajo con mis grupos de terapia de niños con mucho carácter. Si alguno me falta al respeto, suelo repetir lo que ha dicho y dejar que lo escuche en silencio. “Perdona, ¿has dicho…eres un pesado?” Los niños suelen estar preparados para una discusión, pero les suele impresionar mucho escuchar sus propias palabras en silencio y no suelen volver a repetirlo. Es una mezcla de vergüenza y toma de conciencia de lo inapropiado que es tratar a alguien así.
6. Dale herramientas para expresarse mejor
Muchos niños no saben cómo expresar su frustración sin recurrir a malas contestaciones. Puedes enseñarle frases alternativas como: “Estoy molesto porque…”, “No me gusta cuando…” o “Necesito un momento para calmarme”. Esto es algo que puedes hacer en dos momentos distintos. El primero es cuando se haya pasado el enfado y podáis hablar calmadamente de lo que ha pasado. El segundo es en el día a día; cuando tu o tu pareja so sintáis frustrados o sobrepasados.
7. Refuerza el buen comportamiento
Esta es una técnica que utilizamos mucho y que ofrece grandes progresos. Cuando tu hijo o hija demuestre su enfado de una forma más amable o sientas que estuvo a punto de responder mal pero se contuvo, reconoce el esfuerzo que acaba de hacer. Puedes utilizar frases como: “Veo que has sido capaz de controlarte” o “Me ha gustado mucho cómo me has dicho que estabas enfadada sin atacarme o hacerme sentir mal”. . Algo tan sencillo como “Me gustó mucho cómo me hablaste antes” fortalece mucho una actitud más amable a la hora de expresar la frustración
Mi estrategia favorita
Una de las mejores estrategias para reconducir a un niño que nos habla mal es tener un vínculo tan fuerte con ella o con él que el propio niño no lo quiera descuidar. Escucharlo con atención, poner atención a sus pequeñas cosas como sus dibujos favoritos, sus juguetes o pasar todas las semanas un rato de exclusividad haciendo alguna actividad que realmente disfrutéis los dos suele ser la mejor manera de construir una conexión fuerte que te permita decirle eso de: “Oye, colega…nosotros no nos tratamos así“. No quiero decir que tengas que ser el colega o el amigo de tus hijos, pero sí que vuestra relación puede ser tan estrecha como la de dos buenos colegas que se respetan porque saben que el uno nunca fallará al otro.
Recuerda que cuando un niño nos habla mal, más allá de la forma en la que lo dice, hay un mensaje oculto: una emoción que no sabe gestionar, una frustración que no sabe canalizar o una necesidad de atención que no sabe pedir. En lugar de tomártelo como un ataque personal, prueba a verlo como una oportunidad para enseñarle a madurar, ganar más autocontrol y comunicarse mejor.