Se puede argumentar que el bingo es un juego que puede contribuir a mejorar la atención, la paciencia y concentración de los más pequeños. Sacar las bolas de una en una, buscar el número en el cartón, pasar de una tarea a otra (mirar el número – buscar en el cartón – poner la ficha – dar vueltas al bombo) o símplemente esperar hasta que termine el juego puede ser un desafío tan grande para el cerebro del niño como para la paciencia de los padres.
Anoche planeamos una partida de bingo en familia, aunque en realidad no hemos llegado a jugar por un pequeño incidente. Cuando nuestra hija de 3 años ha sacado el bombo con todas las bolas se le ha escurrido de las manos, se ha partido por la mitad y las cien diminutas bolas han salido disparadas por toda la casa. La mayoría se han distribuido por el salón (debajo del sofá, de la mesa de comer, debajo del mueble de la tele, etc). Otras han salido disparadas por el pasillo llegando a distintos rincones de la cocina, del baño y por el propio pasillo. Un auténtico caos de diminutas bolas amarillas.
Ante tal escena, casi me da un pampurrio. De hecho, a mi hija pequeña le ha dado, asustada por el ruido y por la escena. Y por eso mismo he decidido mantener la calma, le he dicho que no se preocupe y ante mi propio desbordamiento se me ha ocurrido una idea genial. He llamado a sus hermanos (que estaban terminando de cenar) y les he dicho:
“Vamos a recoger todas las bolas”.
Al mayor no le ha parecido bien, y ha exclamado indignado:
“¿Por qué tengo que recoger yo, si a mi no se me han caído?”
La verdad es que es una buena pregunta. En casa solemos seguir la norma de que cada uno limpia o recoge lo que mancha o deja en el suelo. Realmente no sabía qué contestar, aunque algo en mi interior me ha dicho que en este caso algo era distinto. Y esto es lo que le he respondido:
“Diego. Vamos a recoger las bolas entre todos porque somos una familia y nos ayudamos todos. Esto es muy difícil para tu hermana, así que la vamos a ayudar todos. A mi tampoco se me han caído pero la voy a ayudar. Así que a recoger.”
Parece que la explicación ha sido suficientemente convincente porque todos nos hemos puesto manos a la obra. El mayor se ha centrado en arreglar el bombo y parece que lo ha conseguido con ayuda de un poco de celo. Las dos pequeñas, mi mujer y yo nos hemos afanado en encontrar todas las bolas y ponerlas en su espacio.
Y finalmente después de un buen rato hemos acabado encontrando (casi) todas las fichas. Eso sí; hasta aquí ha llegado nuestra partida de bingo, porque cuando hemos terminado de recoger a nadie le quedaban ganas de jugar al bingo. Ni siquiera a los niños. Mañana será otro día, pero los niños ya saben que cuando hay un problema grande podemos contar con todos para resolverlo, porque la solidaridad siempre echa una mano cuando la responsabilidad supera la capacidad de una sola persona. Un pequeño aprendizaje que ha nacido de un accidente pero que será una nueva norma en nuestra familia.
Por Álvaro Bilbao – Autor de El cerebro del niño explicado a los padres (Plataforma Editorial)
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